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Decía un buen amigo en las conversaciones de chiringuito que este verano era el del “aquí y el ahora” porque el mañana, tal y como se estaba planteando, mejor dejar que venga solo.

Y es que cuando pensamos que lo habíamos visto todo, tras superar a una pandemia a nivel mundial, nos estalla una guerra a las puertas de Europa, la economía mundial se desestabiliza todavía más, y es inevitable no ponemos a temblar cada vez que abrimos un portal de noticias. Crisis energética, de materias primas, alimentos, sin contar la emergencia climática que nos está haciendo vivir incendios devastadores, olas de calor, lluvias torrenciales…

En fin, un apaga y vámonos.

El mundo está en constante transformación, los retos son enormes y la urgencia de atender lo social se manifiesta como necesidad imperiosa, en un contexto en el que cuestiones como las tensiones geopolíticas, la desigualdad, el incremento de la vulnerabilidad y la pobreza, educación, talento, empleo, género se imponen en todos los ámbitos sociales.  

Llegados a este punto, debemos preguntarnos cuál es el rol que las empresas deben adquirir frente a estas preocupaciones sociales y las nuevas exigencias de sus grupos de interés.   

En este sentido la conclusión de los expertos es clara y unánime.  

No hay otro camino que colocar la RSC en el centro de las actuaciones y apostar decididamente por la transformación que demanda la sociedad. Solo así los objetivos de negocio podrán converger con los nuevos valores de sostenibilidad.

Es decir, hay que volver a poner en valor y con más fuerza que nunca el concepto de CIUDADANÍA CORPORATIVA de las empresas, incidiendo en la necesidad de incluir lo social en la estrategia comercial fomentando su capacidad para mitigar riesgos, detectar nuevas oportunidades de negocio y generar soluciones socialmente innovadoras, eficientes, eficaces y escalables que refuercen su competitividad, flexibilidad y resiliencia en un entorno sumamente complejo. 

Me parece importante señalar que los términos responsabilidad social corporativa y ciudadanía corporativa se consideran sinónimos. 

Ambos tienen principios comunes y muy definidos para implementar acciones dentro de las empresas. Ahora que la crisis remueve la visión negacionista de la RSC, quizá sea interesante rescatar este concepto que parece sentimos más cercano. 

En definitiva, se trata de traducir el axioma que la sociedad traslada al mundo empresarial y define lo que debemos entender por RSC; 

no me digas cuánto ganas, dime cómo lo ganas” 

Es decir, “Aquella estrategia del negocio que da forma a los valores en concordancia con la misión de la compañía y con las decisiones que día a día toman sus ejecutivos, administradores y empleados, en la medida en que se comprometen con la sociedad”

Por tanto, forma parte de la gestión empresarial y de la filosofía de la misma basada en un compromiso ético para desarrollar el negocio de forma socialmente responsable, atendiendo a los tres principios clave de la gestión socialmente responsable; minimización del impacto generado con su actividad, maximización de beneficios desde la contribución social y económica al bien común y rendición de cuentas a los grupos de interés prioritarios, construyendo relaciones de confianza éticas y transparentes. 

La Ciudadanía Corporativa se basa en el reconocimiento de que las empresas tienen derechos y responsabilidades más allá de la maximización de las ganancias en el corto plazo.

Los objetivos financieros derivados de su actividad deben intentar mejorar la calidad de vida y medioambiental en su entorno, potenciar la educación, la salud, trabajar por la igualdad de oportunidades y de género, contribuir a la reducción de la pobreza y las desigualdades siempre bajo criterios éticos. 

Por tanto, son empresas que asumen un compromiso social sumado al cumplimiento de sus obligaciones legales.  

Estas actividades tienen un valor estratégico a medio y largo plazo, produciendo beneficios para la empresa. Mejora de su reputación, captación del mejor talento, incremento del compromiso de sus plantillas con estos valores socialmente responsables, mejora del medio ambiente, el equilibrio de responsabilidad y poder, o los intereses de los accionistas. 

Debemos ser claros y no andarnos con medias tintas. Para que la ciudadanía corporativa sea efectiva y las empresas obtengan los beneficios que finalmente se vean reflejados en su cuenta de resultados, indiscutiblemente tiene que convertirse en una parte de la estrategia comercial de la empresa. 

Las acciones inconexas que al menos no se encuadren en unas políticas concretas, quedarán en una acción de comunicación, más o menos bienintencionada. Por supuesto pueden generar impacto y más vale esto que nada, seamos realistas, aunque siempre quedarán lejos de todo el beneficio que puede proporcionar a la empresa una estrategia alineada, coherente y transversal, con la general de la organización, que surja de la escucha activa de sus principales grupos de interés y de la observación de las necesidades sociales y ambientales en su ámbito de influencia.

Dentro de las cuestiones relativas a la contribución de las empresas con estas necesidades sociales siempre han generado controversia las acciones filantrópicas.

Históricamente hemos confundido el todo con la parte. 

¿Podríamos considerar a la empresa socialmente responsable exclusivamente por sus acciones solidarias y/o filantrópicas?

A priori no, puesto que la responsabilidad social de una empresa u organización, como hemos visto, nace aguas a arriba, en el cómo consigue generar su beneficio. 

Pensemos en empresas comprometidas con causas sociales, deportivas o culturales que, a su vez, desarrollen políticas comerciales abusivas, políticas discriminatorias o irrespetuosas con el medio ambiente. 

Nunca podríamos calificarlas como socialmente responsables a pesar de que su contribución ayude a mitigar o solucionar problemas y necesidades sociales y de colectivos vulnerables. 

Todo evoluciona, y hoy hablamos de una nueva filantropía empresarial para el siglo XXI en la que es importante diferenciar el concepto de la idea tradicional de caridad. 

El objetivo de la filantropía tiene que ser, precisamente, evitar que la gente dependa de la caridad. Utilizando los medios y recursos económicos derivados de estas acciones en buscar el empoderamiento de las personas, logrando que el retorno a la sociedad se convierta en algo sistémico. 

Para ello es fundamental y urgente apostar por la educación, la igualdad y la no discriminación de los colectivos beneficiarios y por promover sociedades más cohesionadas y sostenibles desde el respeto a la diversidad social y cultural, así como el cuidado del entorno natural.

Es motivo de esperanza saber que muchos de los nuevos líderes empresariales entiendan que la filantropía, la solidaridad empresarial que realmente puede tener un impacto positivo en la sociedad en un contexto como el actual, donde las necesidades sociales y ambientales empiezan a adquirir dimensiones muy preocupantes, pasa necesariamente por desarrollar un compromiso ético intachable con la sociedad y el planeta por parte de las empresas y sus dirigentes.  

Ojalá ninguna nueva circunstancia que pueda sobrevenir, ni aquellos sectores que luchan por preservar modelos económicos y productivos obsoletos y claramente perjudiciales para las personas y el planeta consigan imponerse a esta nueva corriente empresarial. 

Ojalá que cada uno de nosotros adquiramos el compromiso de ejercer una ciudadanía personal en pro de una sociedad mucho más equitativa e igualitaria con más justicia social y democráticamente sólida. Una sociedad mejor, más sana y saludable en la que nadie quede atrás, y todos salgamos ganando. 

Un artículo de María Meseguer para Élite Murcia

Experta en RSC Innovación y Emprendimiento Social

 Alianzas RSC, CONVIVE Fundación Cepaim

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María Meseguer | Experta en innovación y emprendimiento social

RSC y ODS están estrechamente relacionados, y se puede afirmar que una empresa que se gestiona de manera socialmente responsable generará un impacto positivo que ayudará a la consecución de los ODS, de manera directa o indirecta

Confieso que cuando llegué, por esas casualidades de la vida, al mundo de la RSC, lo hice creyendo que RS eran, exclusivamente, aquellas acciones filantrópicas y sociales que las empresas realizaban para compartir parte de su beneficio y devolver a la sociedad lo que esta les daba.

Además, empezaba a hablarse de ODS y Agenda 2030, conceptos entonces poco “explotados” que partían de los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas y de los que había oído hablar en el Telediario o leído algún artículo, asimilándolos, de la misma manera, a la Responsabilidad social de las empresas.

Para mi sorpresa, lo primero que desmontaron con argumentos teóricos y prácticos muy sólidos, fue aquella concepción cultural e histórica de lo que es la RSC y, pusieron un poco de luz en esto de la Agenda y sus ODS.  

Desde ese día, en octubre de 2016, ha llovido mucho y mucho han cambiado o deberían haber cambado las cosas, ya que la sensación de que aquel concepto filantrópico sigue implementado en el ideario colectivo y sobre todo empresarial es importante. 

A pesar del camino andado, pareciera que seguimos confundiendo la parte con el todo y unas cosas con las otras. 

De poco va a servir ser solidarios, más allá del bien social puntual que se genere con estas acciones, por supuesto necesarias e imprescindibles, si no entendemos que la RSC va de como generan las empresas sus beneficios y no de como los reparten. 

Algo parecido sucede en cuanto a la relación RSC y ODS. Muchas son las oportunidades que nos ofrece conocer y saber implementar, en las políticas socialmente responsables de las empresas, los ODS.

Por tanto, seamos conscientes de ello y aprovechemos las importantes sinergias que su relación ofrece, cuestiones que nos facilitaran una adecuada, rentable y eficiente gestión responsable de nuestras empresas y organizaciones mediante la integración de la Agenda 2030. 

Empecemos por diferenciar conceptos. 

Responsabilidad Social Corporativa (RSC) se define como una técnica de gestión empresarial basada en la gestión de los impactos que su actividad genera sobre clientes, personas trabajadoras, accionistas, comunidades locales, medioambiente y sobre la sociedad en general (Grupos de interés), integrando en su estrategia y operativa aspectos económicos, sociales y ambientales.

Por su parte, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se definieron en la Asamblea General de las Naciones Unidas del 25 de septiembre de 2015, formando parte de la Agenda 2030, como un plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, que también tiene la intención de fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia.

La Agenda plantea 17 Objetivos con 169 metas de carácter integrado e indivisible que abarcan las esferas económica, social y ambiental.

Como decíamos, RSC y ODS están estrechamente relacionados, y se puede afirmar que una empresa que se gestiona de manera socialmente responsable generará un impacto positivo que ayudará a la consecución de los ODS, de manera directa o indirecta. 

En este sentido, los ODS refuerzan el modelo de gestión RSC, y definen como requerimiento para alcanzar sus metas la colaboración entre estados, sociedad civil y el sector privado.

Así pues, el sector privado es un actor imprescindible y necesario para lograr la consecución de los ODS.

Las empresas, tanto públicas como privadas, las entidades y todo tipo de organizaciones, deben trabajar para integrar los ODS en su estrategia y en su operativa.

Las empresas, por la capacidad que tienen de contribuir al desarrollo de los entornos donde operan, son importantes agentes de transformación.

Por ello, la participación de la comunidad empresarial es esencial para alcanzar dichos objetivos a tiempo. 

Resolver muchos de estos retos es, además, una gran oportunidad para la que la empresa se adapte a las nuevas circunstancias innove y cree ventajas competitivas, contribuyendo con su actividad y capacidades al desarrollo social.

Hoy en día, es razonable pensar que las compañías no pueden crecer ni ser competitivas en una sociedad que se empobrece económica y socialmente. 

Los objetivos de la Agenda 2030 son:

  • una oportunidad para las compañías y 
  • un marco de referencia para las estrategias de RSC. 

Hay voces muy reconocidas que mantienen la contribución corresponde sólo a grandes empresas. 

Pero la realidad es que un modelo de negocio sostenible y responsable no depende tanto del tipo de empresa o de su tamaño, sino del compromiso que tiene con la sociedad. 

Los ODS trazan, por tanto, una hoja de ruta para las empresas.

Estos objetivos globales sirven también de guía y apoyo a la hora de

  • Redefinir el propósito de la empresa, 
  • Crear valor compartido y 
  • Asegurar que las actuaciones de la compañía tengan significado para los grupos de interés. 

Estos esperan que la compañía siga criterios económicos, sociales y éticos en la toma de decisiones, por lo que los objetivos de la Agenda 2030, al dotar a las compañías de un marco de actuación, una herramienta de valoración del impacto y un lenguaje común con sus stakeholders, cobran aún más relevancia.

En este sentido, el plan de acción de la Agenda 2030 aporta un lenguaje común que está haciendo que compañías que a priori no tienen demasiado en común avancen en una misma dirección, trabajando para mejorar la educación, promover la igualdad de la mujer o impulsar la defensa del medio ambiente.

De igual manera, está permitiendo el desarrollo de alianzas y proyectos de colaboración entre actores pertenecientes a distintos sectores, como empresas, gobiernos u ONG. 

La contribución al logro de los ODS debe ser una consecuencia de la asunción de la responsabilidad ante la sociedad, no el objetivo de la estrategia empresarial.

En las acciones para asumir e implementar esa responsabilidad la empresa debe analizar el contexto en que opera y los impactos que puede y quiere tener sobre sus principales grupos de interés, por ejemplo, sus empleados y clientes actuales, proveedores, la comunidad en la que ubica su actividad y genera sus impactos, los gobiernos locales, las organizaciones de la sociedad civil, etc. 

Trazar correctamente su materialidad, aquellos asuntos relevantes para su sostenibilidad en el tiempo y elaborar planes de actuación responsables, coherentes y transversales en los que la implementación de los ODS no sólo potencie la consecución de sus objetivos económicos, si no que les posiciona como parte de la revolución social, económico y empresarial que vivimos y que debería llevarnos a un modelo mas justo y respetuoso con las personas y el Planeta. 

Además, en este nuevo entorno, en el que siglas, conceptos, teorías, nuevas normas, pueden llegar a marearnos, todos deberíamos tener claro que las compañías que no sean capaces de demostrar su valor e impacto positivo en la sociedad tendrán difícil justificar su existencia en el mercado.



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