“No me digas cuánto ganas, dime cómo lo ganas”

6 octubre 2022

Decía un buen amigo en las conversaciones de chiringuito que este verano era el del “aquí y el ahora” porque el mañana, tal y como se estaba planteando, mejor dejar que venga solo.

Y es que cuando pensamos que lo habíamos visto todo, tras superar a una pandemia a nivel mundial, nos estalla una guerra a las puertas de Europa, la economía mundial se desestabiliza todavía más, y es inevitable no ponemos a temblar cada vez que abrimos un portal de noticias. Crisis energética, de materias primas, alimentos, sin contar la emergencia climática que nos está haciendo vivir incendios devastadores, olas de calor, lluvias torrenciales…

En fin, un apaga y vámonos.

El mundo está en constante transformación, los retos son enormes y la urgencia de atender lo social se manifiesta como necesidad imperiosa, en un contexto en el que cuestiones como las tensiones geopolíticas, la desigualdad, el incremento de la vulnerabilidad y la pobreza, educación, talento, empleo, género se imponen en todos los ámbitos sociales.  

Llegados a este punto, debemos preguntarnos cuál es el rol que las empresas deben adquirir frente a estas preocupaciones sociales y las nuevas exigencias de sus grupos de interés.   

En este sentido la conclusión de los expertos es clara y unánime.  

No hay otro camino que colocar la RSC en el centro de las actuaciones y apostar decididamente por la transformación que demanda la sociedad. Solo así los objetivos de negocio podrán converger con los nuevos valores de sostenibilidad.

Es decir, hay que volver a poner en valor y con más fuerza que nunca el concepto de CIUDADANÍA CORPORATIVA de las empresas, incidiendo en la necesidad de incluir lo social en la estrategia comercial fomentando su capacidad para mitigar riesgos, detectar nuevas oportunidades de negocio y generar soluciones socialmente innovadoras, eficientes, eficaces y escalables que refuercen su competitividad, flexibilidad y resiliencia en un entorno sumamente complejo. 

Me parece importante señalar que los términos responsabilidad social corporativa y ciudadanía corporativa se consideran sinónimos. 

Ambos tienen principios comunes y muy definidos para implementar acciones dentro de las empresas. Ahora que la crisis remueve la visión negacionista de la RSC, quizá sea interesante rescatar este concepto que parece sentimos más cercano. 

En definitiva, se trata de traducir el axioma que la sociedad traslada al mundo empresarial y define lo que debemos entender por RSC; 

no me digas cuánto ganas, dime cómo lo ganas” 

Es decir, “Aquella estrategia del negocio que da forma a los valores en concordancia con la misión de la compañía y con las decisiones que día a día toman sus ejecutivos, administradores y empleados, en la medida en que se comprometen con la sociedad”

Por tanto, forma parte de la gestión empresarial y de la filosofía de la misma basada en un compromiso ético para desarrollar el negocio de forma socialmente responsable, atendiendo a los tres principios clave de la gestión socialmente responsable; minimización del impacto generado con su actividad, maximización de beneficios desde la contribución social y económica al bien común y rendición de cuentas a los grupos de interés prioritarios, construyendo relaciones de confianza éticas y transparentes. 

La Ciudadanía Corporativa se basa en el reconocimiento de que las empresas tienen derechos y responsabilidades más allá de la maximización de las ganancias en el corto plazo.

Los objetivos financieros derivados de su actividad deben intentar mejorar la calidad de vida y medioambiental en su entorno, potenciar la educación, la salud, trabajar por la igualdad de oportunidades y de género, contribuir a la reducción de la pobreza y las desigualdades siempre bajo criterios éticos. 

Por tanto, son empresas que asumen un compromiso social sumado al cumplimiento de sus obligaciones legales.  

Estas actividades tienen un valor estratégico a medio y largo plazo, produciendo beneficios para la empresa. Mejora de su reputación, captación del mejor talento, incremento del compromiso de sus plantillas con estos valores socialmente responsables, mejora del medio ambiente, el equilibrio de responsabilidad y poder, o los intereses de los accionistas. 

Debemos ser claros y no andarnos con medias tintas. Para que la ciudadanía corporativa sea efectiva y las empresas obtengan los beneficios que finalmente se vean reflejados en su cuenta de resultados, indiscutiblemente tiene que convertirse en una parte de la estrategia comercial de la empresa. 

Las acciones inconexas que al menos no se encuadren en unas políticas concretas, quedarán en una acción de comunicación, más o menos bienintencionada. Por supuesto pueden generar impacto y más vale esto que nada, seamos realistas, aunque siempre quedarán lejos de todo el beneficio que puede proporcionar a la empresa una estrategia alineada, coherente y transversal, con la general de la organización, que surja de la escucha activa de sus principales grupos de interés y de la observación de las necesidades sociales y ambientales en su ámbito de influencia.

Dentro de las cuestiones relativas a la contribución de las empresas con estas necesidades sociales siempre han generado controversia las acciones filantrópicas.

Históricamente hemos confundido el todo con la parte. 

¿Podríamos considerar a la empresa socialmente responsable exclusivamente por sus acciones solidarias y/o filantrópicas?

A priori no, puesto que la responsabilidad social de una empresa u organización, como hemos visto, nace aguas a arriba, en el cómo consigue generar su beneficio. 

Pensemos en empresas comprometidas con causas sociales, deportivas o culturales que, a su vez, desarrollen políticas comerciales abusivas, políticas discriminatorias o irrespetuosas con el medio ambiente. 

Nunca podríamos calificarlas como socialmente responsables a pesar de que su contribución ayude a mitigar o solucionar problemas y necesidades sociales y de colectivos vulnerables. 

Todo evoluciona, y hoy hablamos de una nueva filantropía empresarial para el siglo XXI en la que es importante diferenciar el concepto de la idea tradicional de caridad. 

El objetivo de la filantropía tiene que ser, precisamente, evitar que la gente dependa de la caridad. Utilizando los medios y recursos económicos derivados de estas acciones en buscar el empoderamiento de las personas, logrando que el retorno a la sociedad se convierta en algo sistémico. 

Para ello es fundamental y urgente apostar por la educación, la igualdad y la no discriminación de los colectivos beneficiarios y por promover sociedades más cohesionadas y sostenibles desde el respeto a la diversidad social y cultural, así como el cuidado del entorno natural.

Es motivo de esperanza saber que muchos de los nuevos líderes empresariales entiendan que la filantropía, la solidaridad empresarial que realmente puede tener un impacto positivo en la sociedad en un contexto como el actual, donde las necesidades sociales y ambientales empiezan a adquirir dimensiones muy preocupantes, pasa necesariamente por desarrollar un compromiso ético intachable con la sociedad y el planeta por parte de las empresas y sus dirigentes.  

Ojalá ninguna nueva circunstancia que pueda sobrevenir, ni aquellos sectores que luchan por preservar modelos económicos y productivos obsoletos y claramente perjudiciales para las personas y el planeta consigan imponerse a esta nueva corriente empresarial. 

Ojalá que cada uno de nosotros adquiramos el compromiso de ejercer una ciudadanía personal en pro de una sociedad mucho más equitativa e igualitaria con más justicia social y democráticamente sólida. Una sociedad mejor, más sana y saludable en la que nadie quede atrás, y todos salgamos ganando. 

Un artículo de María Meseguer para Élite Murcia

Experta en RSC Innovación y Emprendimiento Social

 Alianzas RSC, CONVIVE Fundación Cepaim


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